domingo, 14 de octubre de 2007

A veces uno se enamora de una canción y no sabe muy bien cómo empezó. La escucha por primera vez y da la impresión de que es una canción como cualquier otra, pero entre una sucesión de canciones cortadas casi por el mismo patrón escuchadas durantes horas, hay una a la que se vuelve por segunda vez. "Para que no sea igual, vamos a empezar por otra", se dice uno a sí mismo. Pero en el fondo sabes que no es una decisión al azar. Esa y no otra. ¿Por qué?. Un sonido, un ritmo, un silencio, una palabra, y esa canción ya está marcada sin que lo sepas. Dejas pasar unas cuantas canciones más en el reproductor pero antes de llegar al final, vuelves a ESA canción. Los bucles cada vez son más cortos. Suena la siguiente, suenan dos más, y vuelves a TU canción. Porque la canción ha pasado de ser una canción más a quedar grabada en tus pensamientos, ya está asociada a un segundo, un olor, un lugar en el que queda enmarcada. Inevitablemente ya forma parte de un momento tuyo y a su vez forma parte de un bucle en el que ya es la única protagonista. Y empieza... Necesitas escucharla casi a cualquier hora y cuando no puedes, hay un eco infinito de cada nota en tu cabeza, se retuerce en tus pensamientos y suena entre tus palabras. Y de repente, esa sensación desaparece, bien porque un día vuelves a escucharla y cuando termina de sonar, esa ansiedad por volver a escucharla no surge, bien porque otra ha ocupado su lugar de manera silenciosa. Así esta historia se convierte en un bucle de forma que antes o después habrá otra que recorra toda esa sucesión de causalidades.