
Unas veces tan rápido y otras tan lento. El tiempo se mueve a su compás, acelerando y disminuyendo, al viejo son de la canción que deja ir un melancólico “no es el tiempo el que pasa, pasamos todos nosotros”.
Prometí no volver a equivocarme, no ceder ante ese gigantesco mundo al que se llama eternidad. Juré no caer en el abismo, no mirar más hacia atrás. Lo hice, lo sigo haciendo. Me volví a equivocar. Giré la vista atrás y entonces vi que ya no estaba. Y ahora me lleva minutos, horas, días… tal vez meses de ventaja. Me mira, se ríe, se compadece de mí, sabe que él ganará la partida, que es el quien permanecerá. Pero prometí entonces no rendirme, no dejarme pisar… Ahora soy yo quien le mira, quién lo ha aprendido a dominar. Le manejo a mi antojo. En ocasiones lo ignoro y otras muchas persiste eternamente en un segundo que deseé aprovechar.
Comparte celda conmigo en un mundo donde sé que aunque merezca ser juzgado no lo acusarán. Ganará la partida. Es el quien ha sabido jugar. Yo, mientras tanto, aquí sigo… Intentando aprovechar el tiempo, ese mismo que descubre sensaciones que los días jamás conocerán y, sin embargo, sin darme cuenta lo pierdo. Lo estoy perdiendo aún sabiéndolo...
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